Mi visión personal sobre los conflictos en el sistema educativo

Desde mi formación como estudiante de psicología educativa, he aprendido que los conflictos forman parte natural de toda convivencia humana. En los centros educativos, donde convivimos tantas personalidades, valores y realidades familiares, es imposible que no surjan diferencias. Sin embargo, lo importante no es que existan los conflictos, sino cómo los enfrentamos, los comprendemos y aprendemos de ellos.

Para mí, un conflicto no es solo una pelea o un desacuerdo; es un choque de ideas, intereses o formas de pensar. Es ese momento incómodo donde dos partes quieren cosas diferentes, pero también es una oportunidad de crecimiento. Bien manejado, un conflicto puede enseñarnos a comunicarnos mejor, a ser empáticos y a encontrar soluciones que beneficien a todos. En cambio, cuando no se resuelve adecuadamente, puede generar tensiones, rupturas y hasta violencia.

Durante esta investigación sobre la conflictividad en la educación dominicana, pude observar que los conflictos no solo surgen dentro del aula, sino que son reflejo de una sociedad que enfrenta muchas desigualdades. En mi comunidad de San Luis, por ejemplo, hay situaciones que afectan directamente el desarrollo escolar: carreteras deterioradas, inseguridad alrededor de las escuelas, falta de recursos y poca participación de algunos padres. Todo esto influye en la convivencia y en la motivación de los estudiantes.

A través de las entrevistas que realicé a madres, docentes, miembros de la comunidad y representantes del centro educativo Lorenzo Confesor Hiciano, noté que la mayoría percibe el grado de conflictividad como medio. Es decir, sí existen desacuerdos, discusiones o malentendidos, pero la mayoría se resuelven mediante el diálogo. Los docentes hacen un esfuerzo importante por mantener un ambiente familiar y armonioso, aunque reconocen que la falta de comunicación entre escuela y hogar sigue siendo una de las principales causas de los problemas.

Entre los factores que más influyen en los conflictos escolares, pude identificar:

La falta de comunicación efectiva entre docentes, estudiantes y familias.

Problemas familiares o sociales, como pobreza, falta de valores y violencia comunitaria.

Escasez de recursos y malas condiciones de infraestructura.

Diferencias de carácter, intereses o liderazgo.

Influencia de las redes sociales y malas amistades.

Falta de orientación emocional y actividades recreativas.

Estos conflictos pueden tener diferentes impactos: a corto plazo, crean tensiones y desmotivación; a mediano, afectan el sentido de pertenencia y el rendimiento académico; y a largo, debilitan la convivencia, la confianza y la paz social dentro de la comunidad.

Un caso que me marcó fue el de un estudiante que mostraba falta de participación y desmotivación escolar. Solía dormirse en clases y mostraba poco interés. Al analizar la situación, comprendí que no era simple pereza, sino el reflejo de algo más profundo: posiblemente cansancio, problemas familiares o falta de acompañamiento. En ese caso, entendí la importancia de mirar más allá de la conducta y buscar las causas reales del problema. La intervención consistió en hablar con la familia, aplicar actividades motivacionales y fomentar la inclusión. Este tipo de casos me ayudó a reafirmar mi vocación y mi deseo de ser una psicóloga sensible, empática y comprometida con el bienestar estudiantil.

Personalmente, este trabajo me enseñó que la educación no se construye solo con libros, sino con valores, comunicación y empatía. La escuela, la familia y la comunidad deben trabajar juntas para reducir los conflictos y fortalecer la convivencia. Creo firmemente que, si cada quien asume su rol con compromiso y amor, podremos lograr escuelas más humanas,justas y Pacíficas.

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